Ella es linda. Es un dulce. Es muy suave. Su piel es como cliché de novela erótica, dulce, blanca,
tersa, suave, elástica, lozana, exuda juventud en cada poro. Parece colegiala. Sus pies pequeños, exquisitos. Sus piernas delgadas y bien formadas, con muslos que invitan. Nalgas redondas, con una ligera caida seductora y un movimiento acompasado al andar. Nalgas ricas que se antoja lamer, morder besar. De esas que parecen un corazón invertido que una simplemente quiere poseer y poseer. Su vientres ahora, tras sus dos hijos, deja ver la marca de su maternidad y lejos de entorpecer al amor lo exalta. Esa pequeña pancita que asoma se antoja juguetona. Su ombligo pequeño y redondo invita a perderse dentro de él. Sus pezones rosas, literalmente rosas se disparan al mundo y gritan cómeme, muérdeme, pero sé gentil. Quisiera sumergirme en ellos y entre ellos. Dejar correr el tiempo, ver su rostro desde su pecho y sostener un seno en cada mano mientras miro su sonrisa. Sus hombros son como un dibujo de línea definida y los huesos de su cuello se asoman ligeros, pero firmes. Es linda, como una margarita, como un jazmín o una violeta, esas flores sutiles, perfumadas, aniñadas, que denotan inocencia y sencillez. Parece una acuarela del siglo XIX, ligeramente desteñida por el tiempo, pero de esas en que se adivina el fulgor de antaño.

Su cabello lacio, su boca y dientes grandes, es como una hippie bohemia, perdida de tiempos inmemoriales en una época fuera de contexto. Reacomodada mañosamente sobre un edredón blanco, nórdico de plumas de ganso, que denota apenas un poco de lujos contemporáneos, sofisticación inesperada y entonces cae la duda sobre la anticipada y supuesta sencillez.
Pero ese jugueteo de su fondo y su figura resulta erótica. Se antoja una flor de muchas capas. Un juego de velos. Un juego de azar. ¿Será la que parece a simple vista? ¡No, qué va! Definitivamente no lo es, esa aura de inocencia es pura artilleria pesada, es un veneno que invita para que el bicho caiga.
Y el bicho soy yo. Me ha atrapado. Yo yacía sobre su cama. Insegura de cómo proceder. ¿A quién debía tocar primero? ¿Cómo? Sin decir nada llegó por mi espalda (¡Michelle!) y recorrió sus manos por mis hombros (¡Michelle!), bajó por mi pecho hasta tocar mis pezones erizados en punta (¡Ah, Michelle!). Rozó sus labios tras mi orejas y con su mejilla acarició la mía (¡Michelle!). Me plantó un beso, abrió mis piernas y dejó que su marido deslizara sus dedos dentro de mí (¿estabas allí?). Estiré mis brazos tras mi espalda tratando de contestar sus caricias, dejé mis dedos enredarse en sus finos cabellos color caoba, mientras su aroma me embriagaba. Cerré mis ojos y me dejé llevar.
Michelle, me ha atrapado. No puedo dejar de pensar en ella. Pasaron dos días. Eduardo dice que ella tiene muchas cosas por digerir. Que todo la ha tomado por sorpresa. Que no sabe cómo sentirse respecto a esto que nos pasa. Y mientras, me he imaginado saliendo sola con ella y con Meztli. Ideando maneras para encontrarnos a solas. Finalmente, mañana será el día que volveremos a encontrarnos. Iremos con nuestros hijos, a algún lugar público de esos donde las mamás pasean con sus niños, y nadie podrá imaginar los juegos eróticos de estas dos amigas en la cama.
No sé qué me exita más si salir con una mujer casada... ¡o con su marido!
No aguanto un día más, ¡mi cuerpo pide más!
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