Dicen que un caballero no tiene memoria, pero bueno, yo no soy un caballero. Ni si quiera soy una dama. Y me encantatenere memoria. Me ilusiona y reconforta recordar cada detalle, cada caricia, cada palabra. Io lo ricordo todo, es mi frase favorita, la dijo uno de tantos, de esos que precisamente no era un caballero. Creo que nunca he sentido atracción por caballeros, solo por personas apasionadas.
Me parece adecuado para salir de tanta bruma un poquito de reconfort en esas memorias tan lindas. Además, se supone que hablaría de mis mil amores y sólo me he concentrado en uno...
No tengo preferencia cronológica, ni considero prudente hablar de un orden de importancia, tampoco me agrada el oden alfabético, así que simplemente relataré según me venga a la memoria. Soy democrática, así que hay de todo, de derecha, izquierda y centro. Nacionales y extranjeros. Hombres y mujeres. En escenarios locales y exteriores. Blancos, negros, flacos gordos, altos, chaparros, todo. En la variedad está el gusto (aunque hay gustos que merecen palos).
El día de hoy, en primavera, con este clima templado, un poco nublado, pero agradable no puedo sino pensar en el Rumano. Lo llamaré así, no por su identidad sino por la mía. Me encanta recordar cómo nos conocimos porque ha sido el encuentro más tierno, romántico e inusual de todos en mi vida. Puedo decir que estaba en el lugar correcto, en el momento correcto y de la forma correcta. La vida lo puso allí para mí. Y como yo sí creo en el destino, no puedo sino pensar que nuestras vidas habrían de cruzarse por alguna extraña razón para ponerle orden al Universo. Sólo porque las estrellas lo desearon. Sólo porque así tenía que ser.
Era una tarde de marzo, en Valencia, cuando se celebraban las Fallas. Yo iba con mi perrita por el centro y tras horas y horas de caminar nos sentamos agotadas en una banca. De entre cientos de gente en la calle se acercaron tres hombres vestidos de negro a la banca donde yo estaba. Altos, delagos, rubios y de pelo largo. Cualquiera hubiera pensado que eran una mezcla de bandido y motoqueros. Uno de ellos sacó un sandwich de boloña y comenzó a darle de comer a mi perro. Sin hablarme. Otro de ellos, Rumano, me observaba. Como comencé ponerme nerviosa le dije al perro: "Perro, despídete de tus amigos ya nos vamos." Me paré y me fuí, pero cortesmente sonreí a los chicos antes de marcharme. Entré a un cyber que había cerca. El local tenía grandes ventanas que permitían la entrada de lus del exterior y que en realidad mostraban todo del interior. Me senté en una computadora alejada de la gente, pero pegada a una ventana que daba a un café en la calle de al lado. Pude ver que al café entraron los tres chicos y ocuparon una mesa cerca de la ventana donde yo estaba.
Rumano me seguía observando. Yo procedí a ignorarlo y checar mi correo. Me llegó un correo de Número1 diciendo que iba a irse a NY con Tetona y yo por su puesto, en ese momento de angustia sentí que moría. Algo dentro de mí estalló tal cual lo hace en esos casos y comencé a llorar como una niña. Rumano, entró al ciber y me dio un papel con su nombre y sus datos y me dijo que lo llamara. Yo atónita lo miraba incrédula de pensar que un desconocido me estuviera dando sus datos y que osara pensar que yo lo llamaría. De pronto pareció notar que yo estaba llorando y se preocupó.
-- ¿Te he molestado?
-- No.
-- Bueno, entonces dame tu teléfono y mejor yo te llamo.
Estaba yo tan nerviosa que ni si quiera noté su acento. Yo quería quedarme sola, así que sin pensarlo le di mi número. Nunca he podido mentir ante una pregunta directa. Pasé horas esa tarde pensando porqué no le di un número falso. Pero no pude. De mis labios sólo brotó mi número y no hubo marcha atrás. La suerte estaba echada.
Él regresó con los otros dos chicos, pagaron su café y se marcharon.
Transcurrieron dos días de terrible amragura para mí. Deambulé por las calles de Valencia con mi perro recolectando material para mi obra más reciente. Lloré por las vías del tren. Lloré junto a los sembradíos de cebollas. Lloré por las playas desoladas. Lloré en el bus cuando iba a la escuela. Y el martes, por la tarde, justo cuando iba en uno de esos buses, llorando, entró la llamada a mi móvil. Era él, Rumano, invitándome a salir el jueves. Cumplió la regla de llamar antes de 4 días. Estaba interesado. Y yo ya estaba cansada de llorar. Dije que sí. Quedamos de vernos en el mismo ciber donde nos conocimos.
El jueves llegué tarde. Siempre llego tarde. Él me esperaba con una rosa. Me llevó una rosa. Me pareció una mezcla de detalle friki y tierno. Todo él me parecía una mezcla de algo friki y tierno. Su cabello largo rizado, su aspecto de gitano, motoquero, bandido. Su chamarra de cuero negro. Su cara larga, su cuerpo flaco. Me daba miedo, pero me parecía dulce.
Y yo en esa cita me sentí la más infiel de todas las mujeres. Oficialmente me declaré viuda del gran amor de mi vida y sin embargo, aún doliente estaba tomando un café con un desconocido que bien podría ser un loco maniático que descuartizaba mujeres. Fuimos a un café cercano. Yo, en plena depresión no tenía ganas de nada. Sólo pedí una infusión de manzanilla. Él pidió un café americano, le gustaba el Nescafé. Pedir Nescafé en un café nice de Valencia, era casi un insulto, pero a él le gustaba el Nescafé.
Rumano, obviamente, era de Rumania, ya no recuerdo de qué pueblo, quizá nunca me lo dijo, o quizá sí. Por aquel entonces yo siempre cargaba una libreta y cuando había una palabra que no encontrábamos, la escribíamos en inglés y encontrábamos el significado intermedio. De allí en fuera, su español era muy bueno y como quiera, yo no estaba interesada en grandes historias. En fin, era de un pueblo, vivió su infancia bajo el regimen comunista. Era campesino en la parcela familiar y esas cosas. Llegó a España haciendo de todo. Pizcó fresas y aceitunas en Andalucía. Ahora, estaba en Valencia trabajando en la granja de la familia de su cuñada. Rumano tenía un hermano gemelo y otro 10 años mayor. El mayor tenía una novia española para la que trabajaban todos.
Y yo me veía a mí misma, sentada en un café español hablando con un campesino rumano y me reía para mis adentros. Tenía entrenamiento técnico también, era diseñador y hacía serigrafía, pero su sueño era dedicarse a la navegación, comprar un velero ye recorrer el Mediterráneo. Él no podía creer que yo fuera mexicana. Le sorprendió mucho, y creo que hasta le decepcionó, después de todo un ilegal siempre busca un ancla, pero yo no pensaba esperar a una segunda cita.
Y sin embargo no me dejaba ir. Cuando la hora se acercaba a hacer evidente una despedida, él me miró, me tomó de la muñeca y me dijo con su acento particular "y mañana qué vamos a hacer?" Yo como siempre cuando las preguntas son directas, me puse en modo respuesta sincera y dije, no tengo planes. Bueno, fue la invitación segura para otro café.
Volví a llegar tarde. Me volvió a esperar con paciencia y esta vez me llevó unas cintas grabadas con su música favorita: Heavy Metal, nada que sea mi estilo. Hablamos por horas y al llegar el final, él ya tenía planes para no sé cuántas veces más que nos viéramos. Quería llevarme a tomar tequila y llevarme a conocer el pueblo donde vivía, junto a Valencia y llevarme a... y yo sentí que quería escapar.
-- Y mañana qué vamos a hacer?
Pero yo ya estaba preparada, había pensado por dos horas que "mañana no iba a poder", y no esperé su contraataque:
-- Y el día después de mañana qué vamos a hacer?
Muy bien, tengo que aprender a pensar más rápido que mi boca.
--Nada.... pe, pero, pero, tengo que sacar a pasear a mi perro.
Y así fue como terminamos teniendo una tercera cita en la playa, con todo y perro. Encontramos un café donde pudiera yo entrar con todo y animalito. Yo nunca pedía otra cosa, y él tampoco. Siempre eran Manzanilla y Nescafé. Allí me volvió a contar de su velero y de cómo planeaba llevarme por el Mediterráneo enh unos cinco años y cómo su vida junto a la mía iba a ser hermosa y como...
--Disculpa, pero yo estoy enamorada de alguien. En México.
-- ¿En México? ¿Pero tu aquí, no? ¿Y él allá? No me importa, tu cuerpo está conmigo.
Estaba loco, no me cupo duda y me volvió a dar ternura, y perdí el miedo, pero sobre todo sentí paz. Pero estaba loco.
Por seguridad, no quise verlo en toda la semana. Por seguridad y por las clases. Pero el siguió llamando. Y volvimos a salir el fin de semana, a otro café y luego otro y otro, hicimos esas cosas ridículas como tomarnos fotos en una máquina y caminamos mucho, mucho.
El tercer fin de semana me planteó las cosas como son: Ya íbamos pasada la sexta cita. Me plantó un beso en la boca. Fue en la calle, en una parada de autobús mientras yo esperaba a que pasara el que me iba a dejar a mi casa. Me invitó a cenar a su casa y conocer a su hermano al día siguiente que iba a ser sábado. Pero había que ir temprano porque era un pueblo, cerca de Valencia.
Al día siguiente por la tarde, en el café me hice mensa. Ya habíamos hablado de sexo en otras ocasiones, pero siempre en tercera persona y no de nosotros. Pensé "siendo europeo y con otras costumbres él espera otra cosa" y yo tan boba y tan poco asertiva como siempre no sabía ni qué pensar. Era obvio que se me antojaba. Pero era también obvio que me daba mucha pena. No podía dejar de pensar lo infiel que era con mi único amor, aunque él ya hubiera regresado de su súper semana en NY con Tetona. El sábado en el café estuve tonteando, tratando de decidir y al final me dijo "mi hermano hará arroz con leche para ti, tienes que ir".
Vaya, tuve que ir. Tomamos el tren hasta el Pobla de Farnals y luego caminamos y caminamos y caminamos hasta llegar a su casa. Era lejísimos.
Su hermano no sabía ni media palbra de español, pero hablaba muy bien el inglés. De pronto allí, en medio de la nada me invadió el pánico. ¿Qué pensaban hacer estos gemelos depravados conmigo? ¿Compartirme? Sentí que no iba a poder estar allí. Me faltó el aire, sentí miedo. Entré a llorar al baño y traté de recuperar la compostura. Salí y efectivamente: había arroz con leche. Delicioso. NUNCA NADIE HABÍA HECHO ARROZ CON LECHE ESPECIAL PARA MÍ. Ha sido la experiencia más erótica de mi vida. Sólo probarlo, comerlo, con una textura diferente. era una receta distinta a la que yo conocía y el resultado muy especial. Casi logré relajarme.
Me quedé muy callada. Rumano puso música en la grabadora, la más suave dentro de la variedad del rock pesado. Cosas tranquilas. Su hermano edsapareció en su propia habitación. Quedamos solos, apagó las luces y me sentó en el sillón donde comenzó a besarme.
Me puse muy nerviosa. Me quise ir. Le dije que quería irme. Y puso una cara de preocupación muy fuerte. Me explicó que ya no pasaba ningún tren ni nigún autobús a esa hora. Que él había asumido que pasaría allí la noche. Le expliqué que yo no había avisado en casa. A quién si tus padres están en otro país. A mis compañeros de casa, se llama responsabilidad. Se llama culpa. Se llama como quieras que se llame pero quiero irme. Y lloré y me besó. Y me dejé llevar y llevar y llevar.
Fue dulce, fue considerado, fue maravilloso. Apenas hube salido de mi asombro, me inavdió la culpa otra vez. Ahora más fuerte y más incontrolable que antes. Quiero irme de verdad. Dime cómo y yo camino. Yo te llevo.
Y me llevó rodeando toda la playa. Salimos a las tres de la mañana de su casa. Tomamos el rumbo de la linea costera y caminamos por la carretera. No había ni un alma. La luna iluminaba el camino. El mar reflejaba la luna y daba más luz. Me tomó de la mano. Me abrazó y me dijo que me amaba, que no le tuviera miedo, y que si necesitaba volver a casa él me llevaría aunque nos tomara tres horas. Efectivamente nos tomó tres horas. Los cafés, las pláticas, la cogida, nada me enamoró. Lo que me enamoró fue darme cuenta de que sacó paciencia de un lugar donde nadie la tiene y me llevó. Me siguió la corriente, me dio paz, nunca se enojó. Aguantó cada una de mis locuras. El tres es un número que persiguió nuestra relación, ed la forma más rara. Ya fuera con su hermano, con mi perro, o con Número1 en mi cabeza, siempre habíamos tres. Duró tres meses nuestra relación. Me tomó tres horas de caminata enamorarme de él. Nos veíamos tres veces a la semana y cada tres citas me sentía más de él. Fueron tres las llamadas que me hizo a México cuando volví.
Es la única relación que he tenido con alguien en la que prácticamente nunca he discutido. Se que él nunca había conocido a alguien como a mí, se que todavía me recuerda cuando da la hora en punto. Esos tres meses hice más locuras a su lado. Y puedo jurar que han sido los tres meses más pacíficos de mi vida. Soñé, soñé, soñé y dejé crecer una ilusión de lo más linda, siempre con la consciencia de que tenía una fecha de vencimiento ya había que aprovechar cada día.
El último día que nos vimos fue en un café. En un lugar público, en medio de la gente y sólo por hora y media. Tomamos un Agua de Valencia que él siempre había querido probar y que había ahorrado para llevarme a tomar. Mi pobre campesino rumano con aires de navegante de velero. Es uno de mis más dulces recuerdos y uno de los pocos que logra sacarme una sonrisa en días como hoy. Cuánto me gustaría poderme tomar la vida siempre con tanta tarnquilidad y tanta filosofía. Creo que me viene bien recordar que a veces las cosas se pueden tomar con paz y tranquilidad y también saben bien.
En fin, a ver qué más logro recordar...